Un supervolcán
arrasó el norte de la Península hace 477 millones de años
Hasta ahora se pensaba que las rocas de origen volcánico encontradas en varios
puntos de la Cordillera Cantábrica pertenecían a diferentes épocas. Sin
embargo, un nuevo estudio revela que son coetáneas, es decir que hace 477
millones de años la erupción de un supervolcán afectó el norte de la península
ibérica. Sus cenizas cubrieron el equivalente a la actual provincia de León,
aunque nuevos estudios confirmarían que estas alcanzaron lo que hoy es la isla
de Cerdeña. En la actualidad, la caldera de Yellowstone en EE UU es la que más
probabilidades tiene de protagonizar una erupción supervolcánica.
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La actual península ibérica sufrió una gigantesca erupción volcánica hace
477 millones de años, cuando estaba ubicada en la costa de un gran continente
llamado Gondwana y se hallaba cerca del polo sur. La datación precisa de una
capa de cenizas volcánicas preservada en la Cordillera Cantábrica indica que
las rocas de una vasta área son coetáneas y, por lo tanto, probablemente se
originaron en una misma erupción que, por su gran volumen, tiene que
corresponder a un supervolcán.
“Sabíamos que había rocas volcánicas
en Asturias, León y Cantabria, pero no se consideraban una misma capa. Ahora
hemos demostrado que tienen la misma edad, así que pertenecen a una misma
erupción”, declara Gabriel Gutiérrez Alonso, investigador de la Universidad de
Salamanca y autor principal del estudio publicado en la revista Tectonophysics.
En sus cálculos más conservadores, los científicos pueden asegurar que la
cubierta de cenizas abarcó al menos unos 15.000 km2, un área
equivalente a la provincia de León. La erupción habría emitido más de 80.000
millones de toneladas de rocas a la atmósfera y el volumen de cenizas habría
alcanzado los 60 km3, aunque posteriormente esta piedra pómez pierde
su porosidad original y en la actualidad se encuentra mucho más compacta por el
efecto del peso de las rocas depositadas encima.
Con estos datos, sería una erupción de tipo “colosal”, que en el Índice de
Explosividad Volcánica (VEI, por sus siglas en inglés) que utilizan los
expertos alcanzaría un 6 en una escala del 1 al 8. En esta clasificación, cada
valor supone que la erupción es 10 veces más virulenta que el valor inferior.
Por ejemplo, la del Vesubio que acabó con Pompeya tiene un VEI de 5 y expulsó
de 1 a 3 km3 de materiales a la atmósfera; y la del
volcán Pinatubo (Filipinas), en 1991, un VEI 6 con más de 10 km3. En
estos casos, las capas de ceniza se extienden por centenares o miles de km2.
Sin embargo, es posible que las dimensiones del supervolcán fuesen mucho
mayores, puesto que hay zonas geográficas mucho más alejadas con rocas
volcánicas similares que también podrían corresponder al mismo evento. Los
científicos no descartan una erupción de tipo “megacolosal”, de un VEI de 7,
con un volumen de cenizas de 600 km3 y 900.000 millones de
toneladas que, en términos geográficos actuales, habría alcanzado todo el norte
de la península, desde Galicia a la cordillera Ibérica, en Aragón.
Incluso podría haber tenido una magnitud VEI 8, de características
“supervolcánicas-apocalípticas”, alcanzando Armórica (Francia) y Cerdeña
(Italia) tras proyectar 1.000 km3 de cenizas a la
atmósfera.
Extensión de las cenizas volcánicas según los tres escenarios. / G. Gutiérrez Alonso
Datación de alta precisión
Si aún no se puede confirmar el verdadero tamaño del evento es porque las
dataciones que existen de las rocas volcánicas de los lugares donde estas se
han estudiado no son tan precisas como las que recoge este estudio, realizado
con muestras tomadas en varios puntos de Asturias y León.
Precisamente, la clave de esta investigación está en la datación
geocronológica usando isótopos radiactivos en un mineral llamado circón, que ha
determinado que todas las muestras tienen la misma antigüedad, es decir 477
millones de años, con una incertidumbre de un millón de años (un error de menos
del 0,25%).
Esta precisión la ha obtenido el investigador Fernando Corfu en los
laboratorios de la Universidad de Oslo (Noruega). En la investigación también
han participado Juan Carlos Gutiérrez Marco (IGEO-CSIC), Javier Fernández
Suárez (Universidad Complutense de Madrid) y Enrique Bernárdez (Universidad de
Atacama, en Chile).
La capa de cenizas volcánicas en la Cordillera Cantábrica puede llegar a
tener un metro de espesor y es explotada para obtener un mineral llamado
caolín, que se utiliza, entre otras cosas, para la obtención de productos
cerámicos de alta calidad.
Según el investigador Gabriel Gutiérrez Alonso, fue justamente en una de
estas explotaciones, en Mina Conchita, donde fueron robados los explosivos
utilizados en los atentados del 11M de Madrid en 2004. De este enclave
asturiano procede también una de las muestras tomadas para esta investigación.
Otras dos también se tomaron en Asturias, en una antigua explotación en
Peñaflor, cerca de Grado, y en Caravia (durante la perforación del túnel
“Ordovícico” del Fabar); y una en el pantano de Barrios de Luna, de León.
Yellowstone puede ser el siguiente
Las erupciones volcánicas de “magnitud cataclísmica” ocurren con relativa
frecuencia, entre 10.000 y 100.000 años y apenas duran semanas o meses. El
último supervolcán conocido es el Toba, en la isla de Sumatra (Indonesia), cuya
erupción hace 74.000 años tuvo grandes efectos climáticos en el planeta.
En Estados Unidos, la caldera de Yellowstone ha entrado en erupción tres
veces en los últimos dos millones de años. La última vez fue hace 640.000 años.
“Probablemente, es el más famoso y el que más probabilidades tiene de ser el
próximo en volver a protagonizar una erupción supervolcánica, aunque
también puede ocurrir en el entorno del Pacífico”, comenta el geólogo de la
Universidad de Salamanca.
Para los especialistas, a mayor antigüedad, existen menos posibilidades de
distinguir un evento de este tipo, ya que los depósitos de cenizas de gran
espesor cubren enormes superficies que se suelen erosionar y acaban siendo muy
difíciles de reconocer. Por ejemplo, en Europa los más parecidos a
este supervolcán del norte de España habría que buscarlos en
Escandinavia tan solo 14 millones de años después.
En cuanto a sus repercusiones para la vida del planeta, los cataclismos
volcánicos más recientes no supusieron grandes extinciones globales. En el caso
del de la península ibérica, en aquel momento ni siquiera existía vida
colonizando la superficie de los continentes, solo en los océanos.
La capa de ceniza cubriría grandes extensiones de las partes menos
profundas de un océano que se estaba formando en aquel momento, llamado Rheico,
y probablemente aniquiló las formas de vida que vivían en el fondo marino en
toda la región afectada. Aunque la ceniza habría permanecido en la atmósfera
durante años, alterando su composición, la ausencia de vida fuera de las aguas
habría minimizado el impacto de estos cambios.
Además, los científicos creen que se produjo una recuperación de la vida
inmediata tras el depósito de las cenizas en el fondo del mar. La prueba es que
en todos los lugares en los que se reconocen las cenizas se halla una capa en
la que se pueden observar gran cantidad de perforaciones cilíndricas realizadas
por seres vivos en los sedimentos, verticales en origen, que se denominan skolithos.
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