Verano. Han terminado
las clases y hay mucho tiempo libre. Javier se levanta tarde, apenas desayuna y
sale a la calle. Tarde o temprano se encontrará con sus amigos en la esquina de
siempre. Con su calma habitual, cruza con el semáforo en rojo. Los pitidos de
los coches no le molestan. Únicamente piensa: “¡Qué calor, no hay quien aguante
el sol!”. Mientras, empieza a sudar ligeramente y entorna los ojos.
Por su camino se cruza
una amiga de sus padres. Javier nota sus labios en la mejilla en el momento del
beso de rigor. Un segundo después se encuentra con Marina. Bien vestida,
derecha y muy guapa. Esta vez, el encuentro se produce sin palabras, sin contacto
y con un saludo que se queda en un simple gesto con la cabeza. Javier
siente vergüenza, un estremecimiento en el cuerpo y el pulso acelerado.
Pasa de largo.Instantes después, nada de nada, normalidad. Aparecen sus
amigos y, aunque siente hambre, se va a dar una vuelta.
La adrenalina, también
conocida como epinefrina, es una hormona y un neurotransmisor
Los estímulos que
Javier percibe, el pitido de un coche, el calor, la luz del sol o la sensación
de hambre, tienen asociada una respuesta a nivel celular y a nivel molecular.
Este tipo de respuestas fisiológicas no están socialmente condicionadas y son
comunes para la mayoría de los organismos superiores. Asimismo, cuando
alguien se cruza con la persona que le gusta, como le sucede a Javier con
Marina, su organismo suele segregar una sustancia química al torrente
sanguíneo, la adrenalina. Esta hormona es secretada en situaciones de
alerta o de peligro.
La adrenalina es un
neurotransmisor, es decir, una molécula que transmite información de una
neurona (un tipo de célula del sistema nervioso) a otra. Se trata además de una
molécula que es reconocida específicamente en la superficie de nuestras
células. Cuando esto sucede se desencadena un proceso que implica la
contracción del corazón y, por tanto, el incremento de la frecuencia
cardiaca; la producción de azúcar en el hígado; una aceleración de
la respiración y la dilatación de los conductos del aire. El cuerpo debe
estar preparado para lo que pueda ocurrir. Lo mismo sucede en las horas previas
a un examen, ante un encuentro inesperado o frente a la amenaza de un posible
asalto. La adrenalina actúa ante una situación de tensión, sea esta
agradable o desagradable, a la que el cuerpo debe adaptarse. En otras
palabras, su presencia es una respuesta involuntaria frente a la percepción del
riesgo.
Cuando alguien se
encuentra en peligro o alerta, es el hipotálamo, situado en el cerebro, el que
ordena a las glándulas suprarrenales la liberación de adrenalina y otras
hormonas al torrente circulatorio. En cuestión de segundos el cuerpo responde. Es
lo que se conoce como ‘subidón de adrenalina’, que facilita una respuesta
física potente. Dilatar las vías aéreas permite captar una mayor cantidad
de oxígeno, lo que mejorará el rendimiento físico para responder a un aumento
de actividad repentino (por ejemplo, la huida ante un depredador u otro tipo de
amenaza). La contracción de los vasos sanguíneos redirige la sangre para
movilizar más energía a los músculos. Incluso pueden mejorar temporalmente
ciertos tipos de memoria y afinarse los sentidos.
Volvamos a la historia
de Javier. Marina pasa de largo y unos segundos después todo vuelve a la
normalidad, las alteraciones físicas desaparecen. ¿Pero qué ha sucedido
exactamente en los instantes anteriores? Para comprender el proceso podemos
explicar la respuesta celular en tres etapas. En la primera, una señal o
estímulo (en este caso, la adrenalina que segrega Javier al encontrarse con
Marina) llega a la superficie de la célula y allí activa un receptor. La
segunda etapa implica que el receptor activado transmita la información al
interior de la célula, codificándola en una señal química. Por último, esta
señal o mensaje secundario activa un sistema amplificador –sistema efector– que modifica
el comportamiento de la célula en función del estímulo primario. A partir
de ahí se desencadenarán progresivamente las alteraciones físicas antes
descritas.
Armando
Albert (CSIC)
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